No era el sonido de un violín, tampoco el de una flauta
travesera, eran una pareja de jilgueros flirteando en el viejo carballo. No era
un animal muerto, no había un contenedor de orgánicos cerca, era el olor que
desprendía la sin techo que se sentó conmigo en el banco, con su carrito lleno
de objetos imperfectos y su perro
piojoso, peludo y feo. Su rostro no reflejaba felicidad ni tristeza, de vez en
cuando esbozaba una sonrisa heboide. Estaba demasiado arropada para la cálida temperatura primaveral, incluso llevaba unos guantes de lana cortados por los
nudillos, parecía anclada a un invierno perpetuo.
-Quítese el guante de la mano derecha- Me observo huraña y
desconfiada, pero tres segundos después accedió a mi petición sin un porqué. Saqué del bolsillo un grueso anillo de oro blanco aderezado con un precioso
diamante, tomé su mano y coloqué la sortija en su dedo anular, si no fuera por
la roña que oscurecían sus largas uñas, el hollín de sus dedos y la nicotina de
siglos allí incrustada, incluso dejaría que me acariciara, como era su
intención –Es para ti, te lo
regalo, la mujer a la que iba destinado no lo quiso, véndelo en una de esas
tiendas que compran oro y podrás deshacerte del invierno-
La dejé con lagrimas en los ojos, tocando y acariciando suavemente
el objeto, justo el efecto que quise para el reclamo en su día, pero quizás en la persona equivocada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡¡¡¡A que coño esperas!!!!!! ¿Suelta algo...?